lunes, 3 de septiembre de 2012

Cronología de búsqueda

Cuando era joven me dijeron que la felicidad estaría en cada lugar nuevo que conozca. Me convencí de aquello porque a los 17 años una se convence de cualquier cosa. Cumplí 24 y me endeudé para ir a Europa. Comencé por España hasta llegar a Italia. Conocí, comí, conversé. Fue la primera vez que justifiqué la felicidad. 

Para los 30, y terminando de pagar mi primer viaje, fui por América. Probé mate, crucé una parte del Amazonas, y mi foto de perfil decía que visité el Canal de Panamá. Escribí cualquier cantidad de reportajes y gané algunos premios literarios. Todos estaban orgullosos de mí. Hasta yo pensé que sentía orgullo de mí misma. 

Pasé 40 años más rodeándome de trabajo, viajando con la persona que yo escogí para que sea el amor-de-mi-vida. Vi a mi único hijo crecer y formar su propia familia.  Nunca le dije dónde encontrar la felicidad. Lo abracé todas las veces que sintió tristeza. Lo felicité cada vez que merecía, pero nunca le dije cómo ser feliz. 

Hace un mes abandoné a mi esposo. Amanecí cansada de mentirle cuánto lo amo. Sólo dejé una nota en el velador que decía: 'Que seas feliz el resto de años que te queda, y gracias por los que vivimos juntos'. Tomé un bus y fui hasta la casa donde una vez yo viví; donde una vez me dijeron que las personas que conocen el mundo son felices. Todo era nuevo. De mi casa no quedaba nada más que el jardín. Entré por la puerta de atrás, y me senté en el césped verde, justo debajo del único árbol de laurel que queda en esa cuadra. Respiré profundamente y de pronto toda mi vida pasó en pequeñas imágenes. Vi recuerdos en cada hoja que caía a mi lado. A pesar de mi edad, sentí que bajo aquel árbol todo podría marchar bien. 

Hace un mes no dejo de visitar mi jardín, y tampoco dejo de ser feliz. Pasé 70 años buscando la felicidad en el mundo, cuando en realidad estaba en casa, bajo el único árbol de laurel de aquella cuadra. 


  

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